Canalización de Kryon por Lee Carroll
Reykjavik, Islandia, marzo de 2020
Día 10 - ¿Qué
debiera preguntar?
Saludos, queridos, Yo Soy Kryon del Servicio Magnético.
Si recién nos sintonizan, esta es la novena canalización
de la serie en la nación-isla de Islandia. El grupo se reúne, no por última
vez, sino por última vez como este grupo. Le hablo al grupo, y digo esto: en
estos días, queridos, se han plantado algunas semillas en cada uno de ustedes.
Las semillas son buenas, como cualquier otra semilla en este planeta. Cuando se
entierra en el suelo, el campesino tiene la opción de regarla o no. Hacerla
crecer, cuidarla, saber que está allí, o no. Esta es la libre opción para cada
uno de ustedes. Se han plantado semillas en aquellos que nunca vendrían a una
canalización de Kryon; semillas que tal vez les darían curiosidad por saber un
poco más sobre las cosas. Se han plantado semillas incluso en los más
esotéricos de ustedes, y esas semillas son para un crecimiento más allá de
donde están.
Cada uno de ustedes es conocido, se podría decir conocido
para Dios, conocido para el Espíritu, conocido para la Fuente Creadora; todos
ustedes son conocidos. No por el nombre o la cara que tienen, sino por el alma
que es reconocida por toda la tierra, que el humano lleva. La humanidad ha reconocido intuitivamente al
alma como algo que es eterno. Todo sistema de creencia en el planeta habla de
adónde va el alma después de la muerte, si es parte de ustedes, si está por
arriba de ustedes, aun cuando no lo crean. Les diré que las tradiciones de los
marinos siempre hablan de las almas a bordo. Es un hecho dado, es innato, es
algo que en algún nivel toda la humanidad lo reconoce. Y esa alma de ustedes,
eso es lo que se ve, allí en la silla, ahora mismo.
Y el humano que está conectado con el alma también es
bien conocido; por qué estarían aquí; qué piensan; qué necesitan. Libre
albedrío es esa frase que usamos y que significa que nada sucede, que ninguna
semilla germina, a menos que ustedes lo pidan. A menos que estén dispuestos a
mirar más allá de lo que les enseñaron. Tal vez en algún momento en secreto
puede que digan para sí “Dudo de que esto sea verdad, pero quiero saber más.”
Si ese es su caso, sería como el de mi socio, sentado en la silla.
Me gustaría repetir brevemente una parábola que les di
hace muchos años, porque es adecuada para su época. Estamos aquí en un momento
en que el planeta se preocupa por el virus; mucho está sucediendo en un intento
de detenerlo; muchos se retuercen las manos, preguntándose qué va a pasar, y
tienen miedo. La parábola que les doy ahora es de muchos años atrás, pero
necesitan que se les repita.
La parábola trata de una madre y el hijo. Imaginen por un
momento, en esta alegoría, en este cuento, que una madre tiene un hijo pequeño,
un bebé, tres o cuatro años de edad, que es curioso, y está aprendiendo a
hablar. Como todas las madres, ella pasa el tiempo mirándolo y diciendo, “Oh,
tienes mucho que aprender, desearía poder darte consejos que pudieras saber
ahora. Quisiera poder decirte de las cosas que te podrías encontrar y que te
darían miedo, pero que están bien. Quisiera poder decirte de los escollos, de
qué hacer y qué no hacer, si me escucharas. Quisiera tener un lazo con tu alma,
y desearía tener algo que sé que no está disponible y que tienes que crecer.
Tienes que llegar a cierta edad en que no escucharás (se ríe), irás por tu
propio camino y escucharás más tarde, y tienes que aprender tus propias cosas a
tu propio modo. Desearía poder enfrentar eso, desearía poder ayudar” Toda madre
hace eso. Toda madre mira a su recién nacido, el niño nuevo, y dice “Qué vida
está ante ti, qué cosas hermosas vas a descubrir, me gustaría mostrarte más.”
Imaginen que en este momento aparece un ángel y dice
“Queridos, voy a otorgarles su deseo. Por un momento quiero que vayas y mires a
tu hijo, porque cuando lo miras y él te mira a ti, tendrá la mente de un adulto
por unos pocos momentos, y podrá hacerte tres preguntas. Y podrás hablarle,
porque su intelecto será el mismo que el tuyo. Justo lo que pediste. La
cuestión es esta: no podrás hacer otra cosa que contestarle. No puedes hablar
con él, no puedes predicarle, no puedes decirle qué hacer y qué no hacer. Él
tiene que preguntar. Tiene tres preguntas.”
La madre estaba asombrada, y dijo “Esto es; es lo que yo
quería, todo el tiempo. Va a suceder, va a suceder”. Ella fue a la habitación,
miró a su hijo y él dijo: “saludos, madre, te amo mucho.” Oh, oh, oh. Pueden imaginar por un momento, el intelecto
que entró en él como de un adulto, abarcando treinta años o más. Y ella dijo,
“Oh, este es un gran momento. Hijo, por favor, haz tus preguntas.” Él mira
alrededor, a la habitación, y mira a su madre, y dice “Madre hay algo que
siempre quise saber. ¿Por qué el cielo es azul?” La madre casi está mortificada
por esa pregunta. Ella piensa, “No, no, esa no puede ser la pregunta. No, no,
ocúpate de algo sustancial. A quién le importa por qué el cielo es azul.” Hace
lo mejor que puede para contestar, lo más que pueda saber una madre, y entonces
viene la segunda pregunta, relativa a las olas del océano. Y ella piensa “¡No
otra vez! Se supone que él tiene un intelecto. Se supone que sea como yo, que
sepa qué preguntar. Él es inteligente.” Y ella le habla sobre las mareas y
sobre el océano y todas esas cosas. Llega la tercera pregunta y es tan mundana
como las otras dos. Pero lo que el niño hizo es mirar alrededor a su propia
realidad, lo que él ha visto ya en sus tres años, y hacer las mejores preguntas
que tenía. Y luego se terminó.
La historia, queridos, es una metáfora y tiene que ver
con ustedes. Se trata de nuestra época justo ahora. Entonces les pregunto: ¿qué
tal si les dieran a ustedes, justo ahora, la opción de hacerle tres preguntas a
Dios, al Espíritu, a la Fuente Creadora, como seres humanos, con el intelecto
que tienen justo ahora? ¿Qué preguntarían? Y la parábola dice que las preguntas
más comunes serían ahora: ¿por qué sucedió esto? ¿Cómo salimos? ¿Qué viene
después? En otras palabras, las desperdiciarían, porque solo harían preguntas
según lo que ven desde su perspectiva como seres humanos. No sabrían qué
preguntar, porque no saben lo que no saben.
Y entonces la parábola termina así: ¿Cuál es la mejor
pregunta para hacer? ¿Cuál es la única pregunta para hacer? Digamos que solo
tienen una. Esto va para todos los que están escuchando y todos los presentes
en el salón, porque la respuesta será única para ustedes. Y aquí está la
pregunta: “Querido Dios, querido Espíritu, querido Creador: dime qué es lo que
necesito saber.” Es profunda, porque abren la puerta a toda la información,
como le hubiera gustado a la madre que le hubiera preguntado su niño. Si el
niño le hubiera dicho esto, ella todavía estaría hablando ahora. Ustedes
entienden esto: la puerta se abre con la intención, para darles lo que
necesitan. Y no necesita ser sobre el virus; puede ser sobre su próximo paso en
la vida. Sobre cómo cuidarse mejor, tal vez, o conocer a la gente adecuada o encontrar
las cosas correctas, algunas tal vez sentadas aquí y todavía no las conocieron,
ni las oyeron. Porque los trabajadores de luz portan mucho conocimiento en
estos grupos. “Querido Espíritu, dime qué es lo que necesito saber.”
Y si no esperan que una mano escriba sobre una pared, o
una voz desde el más allá, lo que hacen es estar en silencio y continuar su
vida, y en eso la sincronicidad empezará a brindar las respuestas tal como
ustedes las pidieron. Algunos de ustedes las verán llegar, otros no. Pero esa es la pregunta, en esta época; la
más madura que alguien pueda hacer.
Les digo esto porque, cuando se vayan de este lugar,
estas van a ser necesarias. Permitan que florezcan las semillas plantadas en
este día en cada uno de ustedes. Váyanse distintos de como vinieron.
Y así es.
Kryon
Transcripción
y traducción: M. Cristina Cáffaro